Cada vez que el viajero visita el pueblo, es muy raro que sus pasos no le lleven a ese rincón tan entrañable y del que tan buenos recuerdos tiene que se llama la Fuente de la Romana, en esta ocasión lo hizo en una de esas mañanas del ya casi acabado otoño, durante la estación el sol alumbra menos y la umbría es mayor, aunque climatológicamente hablando parece que el verano aún no se ha machado, de entre nosotros, y como hace un poco de calor, el viajero se sienta en uno de los bancos, reconoce que se está a gusto en este lugar.
Al viajero le vienen a la mente sus años mozos y le parece que aún resuenan en el suelo, que ahora han asfaltado y que antes era de tierra, las herraduras de los burros cargados con las “aguaeras” en las que iban los cántaros para llenarlos de esta excelente agua. En el silencio que disfruta, le parece escuchar las voces cantarinas, las risas y los comentarios de las mujeres, mientras lavan la inmensa cantidad de ropa que han traído en grandes cestos.
Son recuerdos agradables, ahora los salvaterreños no vienen a por agua a la fuente con sus cántaros o porrones, ahora lo hacen con botellones de plástico que antes sirvieron para contener agua mineral. Todo ha cambiado. Sólo permanece de alguna forma el lugar que ha sido transformado, a juicio del viajero de forma un tanto nefasta, han sacrificado al antigua fuente y pilón, en aras de la modernidad, lo han convertido en un bodrio; queda la paz, la quietud, el croar de las ranas y el canto de los ruiseñores en la cercana alameda y de otros pajarillos que de vez en cuando vienen a saciar su sed en el pilón de la fuente. Soñar cuesta poco…
28 de diciembre de 2014