Este número de la Revista está dedicado a los emigrantes. Sin duda alguna, el fenómeno social más transcendente de la segunda mitad del siglo XX en Extrema-dura fue el de la emigración masiva. Aunque ya en el siglo XIX había visto partir a muchos de sus hijos, fundamentalmente con destino a América, es durante el período comprendido entre los años 1960 y 1975 cuando se produce la mayor sangría de población como consecuencia del proceso migratorio. Extremadura llegó a perder por este motivo casi el 40% de su población.
El destino de tantos y tantos emigrantes fue muy diverso: una importante emigración interior, con destino a las zonas más industrializadas del país, Madrid, Cataluña y País Vasco, fundamentalmente, y un gran éxodo de extremeños hacia otros países de Europa, básicamente Alemania, Francia, Suiza y Reino Unido.
Naturalmente, las razones que mueven a tomar una decisión tan dolorosa como la de emigrar tienen mucho que ver con la escasez de recursos, la carencia de oportunidades para desarrollar un proyecto vital y el deseo de mejorar la situación sociolaboral y aprovechar las mejores oportunidades que se ofrecían en aquellos lugares de destino. Pero siendo estas razones de carácter general, podemos distinguir dos grupos de personas que optaron por la emigración. En un primer grupo podemos incluir a quienes se marcharon con el propósito de formar un nuevo proyecto de vida fuera de Extremadura, que marchaban con su núcleo familiar más próximo y cuya vuelta a su tierra tenía un carácter esporádico en vacaciones, fiestas, celebraciones familiares, etc. En un segundo grupo, podemos incluir a quienes marcharon con el propósito de estar temporalmente fuera para obtener unos medios económicos que le permitieran retornar y montar un pequeño negocio, comprar una vivienda, etc. En estos casos, sólo marchaba, generalmente al extranjero, el hombre, dejando atrás al resto de la familia.
A partir de los años 90 del pasado siglo se empieza a producir el fenómeno inverso, con el retorno a sus lugares de origen de quienes alcanzada la edad de jubilación optan por volver a encontrarse con sus orígenes.
Pues bien, esta breve semblanza del fenómeno migratorio en Extremadura encuentra un fiel reflejo en los casos concreto de estos paisanos nuestros que asoman a las páginas del presente número de la Revista. Es el caso de Gregorio Cintas Méndez, emigrante que fue en Alicante, cuyas vicisitudes nos relata su hijo José; otro tanto podemos decir de Juan Ramos Cintas, en palabras y recuerdos que nos transmite su hija Carmen; de José Borrego Vázquez “Fito”, de Juan Antonio Bermejo Vázquez “Quisco el monaguillo” o de Juan Lorenzo Monje Leva, emigrante en Rentería.
A otra tipología de emigrantes responden Agustín Suero García, Julián Rey Cintas, Manuel Suero Vaca y Carmelo González Bernáldez, emigrantes en Alemania, que tras unos duros años en el extranjero pudieron volver a su tierra y mejorar su situación y sus expectativas personales y familiares.
Especialmente emotivo resulta el testimonio de Maite Rivero Méndez, una emigrante orgullosa de su tierra y de su familia extremeña, cuyos recuerdos nos transmite, así como los de José Muñoz Rodríguez y Dolores Nogales Pérez y de nuestro vecino de Salvaleón Juan Benítez Díaz. Como un caso singular podemos citar el de José Borrego Monge “José Barcelona”, quien tras largos años de periplo, pri-mero unos meses en Alemania y después varios años en Reino Unido, ha vuelto a Salvatierra para disfrutar de su jubilación rodeado del afecto de sus paisanos.
Un artículo de José Joaquín Rodríguez Lara nos lleva a una reflexión sobre lo que él denomina la emigración hacia dentro. La emigración tradicional fue un remedio paliativo contra el desempleo, la penuria económica y la falta de oportunidades. La profunda crisis económica que atravesamos desde hace años no permite encontrar ni siquiera ese paliativo de la emigración. Los directamente afectados por ella en forma de paro y desempleo no encuentran otra alternativa que esa llamada emigración hacia dentro, es decir, esa que les lleva a encerrarse en sí mismos y a aislarse cada vez más de la sociedad y del mundo que les rodea. El tema se merece una profunda reflexión.
Finalmente se cierra la Revista con un curioso e interesante reportaje de Diego Guerrero sobre la casa de nuestra paisana Carmen García Vigario, que gentil-mente se ha ofrecido a enseñárnosla. Evidentemente, es una casa que responde a la tipología tradicional de nuestro pueblo y que se conserva con todo su tipismo. Ojalá sus propietarios la mantengan así para ejemplo y testimonio de lo que fue una vivienda típica de Salvatierra.
Para terminar, insertamos un pequeño homenaje de despedida a nuestra socia Juliana Borrego, que se nos fué de una forma triste e inesperada, estando tan llena de vida. D. E. P.
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