Durante el transcurso de los años 50/60 del pasado siglo Salvatierra de los Barros contaba con dos comercios de tejidos y confecciones de cierta importancia, ambos ubicados en la Plaza del Atrio a uno de ellos se le conocía como el de Benito Fernández y el otro por “El Buen Gusto”, los dos ya han desaparecido.
En el primero de los citados despachaban los hermanos Francisco y Pepe Fernández Burguillos propietarios del establecimiento; en el segundo su dueño Blas Bermejo Naharro el que siempre tuvo a su servicio un dependiente, ambos atendían a la clientela.
A decir verdad no se vendía en dichos comercios sólo confecciones o tejidos, la venta era heterogénea, en ellos tanto se podía adquirir calzado, como herramientas, ferretería, garbanzos, azúcar, etc. etc.
La fotografía que mostramos está tomada en “El Buen Gusto”, en ella vemos al dependiente mostrando una pieza de tela y detrás de él a Blas Bermejo, vemos las estanterías de madera repletas de múltiples piezas de tela dispuestas para la venta.
Era costumbre generalizada de que en ambos comercios se comprara comúnmente la tela para después confeccionar las prendas de vestido bien por la propia compradora o encargar su confección a las modistas. A estos comercios acudían las madres para comprarles el ajuar a sus hijas y también los cortes de traje para su esposo e hijos que después se encargarían de hacérselos a la medida los sastres que generalmente eran de Barcarrota que eran conocidos por los Velasco. Entonces no era como ahora que la gente se traslada a Badajoz, Almendralejo, Mérida o Sevilla, antes casi todo, por lo menos la gente modesta los compraba todo en el pueblo.
El dependiente debía de estar dotado de bastante paciencia y buen humor, eran muchas las ocasiones que la clienta de turno le hacía bajar piezas y piezas para desplegar la tela sobre el mostrador para que fuera examinada por la supuesta compradora para al final decir que no se decidía a comprar ninguna y que lo pensaría más detenidamente en su casa. Así era el trabajo.
Este comentarista fue el último de los dependientes que trabajó en “El Buen Gusto”, luego tomó otros derroteros, no había más remedio que salir del pueblo en busca de otras perspectivas, pero a decir verdad en este comercio aprendió a conocer y querer a la gente de Salvatierra, eran tiempos difíciles aquellos en los que para proveerse de los artículos que allí se vendían había que recurrir al fiado; al jefe se le oía decir en muchas ocasiones que había que tener tres capitales expuestos: uno en artículos, otro guardado para la adquisición y reposición de los artículos vendidos por aquello del cambio de moda, (aunque la moda cambiaba poco) y el tercero tirado en la calle, en deudas, que el comerciante iba cobrando poco a poco y que las clientas se encargaban periódicamente de ir amortizando cuando iban pudiendo, hasta hacer otra compra y comenzar de nuevo.
Cosas de pueblo…
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