El viajero entra en el pueblo procedente de “El Lejío”, sus pasos le encaminan a la Plaza de España y se sorprende gratamente al encontrar la calle de San Blas limpia de coches, cosa extraña en éste y en cualquier pueblo en los que los automóviles dominan y se han apropiado de nuestro entorno.

Es ocasión y la aprovecha, para tomar una imagen de la calle y andando, andando, recuerda sus años mozos, en los que efectivamente, no se veían coches aparcados en las empinadas calles de nuestro pueblo, pero sí el deambular de los animales de carga, como eran los asnos o mulos cargados de barro, taramas o con los aperos del campo por ejemplo, los animales con sus herraduras porraceaban el suelo de la calle, que entonces se encontraba empedrado creando con ello una musiquilla agradable e inconfundible, muy distinta del ronronear molesto de los motores de los coches.

Al fondo, en la sierra, vemos a “nuestro” Castillo, que desde siglos lejanos está ahí resistiendo los embates del tiempo y vigilado en quehacer diario de los salvaterreños.

31 de enero de 2015