Esta es una estampa clásica que podía contemplar cualquier viajero que paseara por las calles de nuestro pueblo Salvatierra de los Barros hasta la década de los años 70, tiempos lejanos en los que los alfareros del pueblo eran más que ahora y dedicados la mayoría a la fabricación de aquellos enseres clásicos que se utilizaban de ordinario en el hogar como eran los cántaros, porrones (botijos), barriles, pucheros y todos aquellos otros que eran de uso diario para las amas de casa, “alfarería del agua” le llaman los estudiosos.
Los alfareros durante el buen tiempo sacaban sus piezas a la calle colocándolos en las aceras para que se orearan, con aquella placidez y tranquilidad que entonces reinaba en el pueblo sin ajetreos de clase alguna no había temor de que alguien los rompiera, si acaso algún gato o perro asustado podría hacer algún desaguisado, era ésta una costumbre muy introducida y constituía una estampa clásica en un pueblo alfarero como éste.
Luego, por diversas circunstancias como fue el adelanto de los tiempos, la menor demanda de estos cacharros, las mejores proporciones de los talleres de los alfareros y la proliferación de coches que todo lo han usurpado hasta tal punto que a los peatones nos hacen salir de las aceras, obligaron a nuestro artesanos a prescindir de este servicio que la Naturaleza le ofrecía gratis en la calle: el sol y el aire.
Era el tipismo alfarero, caracteres innatos de Salvatierra que han desaparecido, estos cacharros en la calle servían como señal identificativa de la existencia de una alfarería, ahora nuestros artesanos utilizan en sus fachadas unos anagramas que avisan al viajero donde se encuentra su obrador.
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